“El cielo estaba rojo”, es el recuerdo que conserva vivo Zulema Colicoy cuando, siendo niña, fue testigo de una erupción del volcán Villarrica que la obligó a escapar junto a su familia desde su casa en plena madrugada, ante la proximidad de un destructivo aluvión.
El macizo, que es el volcán más activo de Sudamérica, ha mantenido en alerta a los funcionarios de emergencia, dada la gran actividad que ha registrado en las últimas semanas y que hacen temer una posible erupción.
Desde el año 1558 se han registrado al menos 49 erupciones del Villarrica, siendo la última en el 2015.
Por eso hay muchas personas que hoy pueden contar sus experiencias viviendo en las cercanías del volcán.
Zulema Colicoy, de niña vivió en Challupén junto al río del mismo nombre, justo en la actual división jurisdiccional entre las regiones de Los Ríos y La Araucanía, no muy lejos del lago Calafquén.
Hoy Zulema reside en Tralcapulli, comuna de Panguipulli, se dedica a su emprendimiento de hortalizas y una naciente producción de plantas ornamentales en un vivero.
Esta vecina compartió con Diario de Panguipulli sus recuerdos y vivencias cerca del famoso y temido volcán.
“Me acuerdo que el cielo estaba rojo, un rojo intenso. Estaba clarita la noche con la luz del volcán. Toda la gente estaba asustada”, rememora.
Cuenta que no tenía más de cinco años en aquel entonces, pero recuerda que en medio de la noche el agua del río Challupén entró a la casa. Esa era la señal de desborde del afluente por efecto de la erupción volcánica y la gente sabía que sería peor.
“Arrancamos. Nos llevaron en la noche, porque éramos cinco hermanos y todos chicos”, dice Zulema. “Iba llorando porque no sabía qué pasaba”, señala.
“Corrimos hacia un cerro. La gente gritaba, los animales bramabas", todo en un impresionante entorno que sumaba el enrojecido cielo y el atronador ruido del alud de lodo, piedras, árboles y material volcánico que avanzó imparable por el río abriéndose paso hasta el Calafquén.
“Venía algo con piedras, plomo, venía hacia abajo, lento, pero saltaban piedras quemadas. Eso iba ardiendo”, describe.
Esa erupción que Zulema recuerda es la del 29 de diciembre de 1971, que dejó un saldo de 15 personas fallecidas o desaparecidas en distintos puntos cercanos al Villarrica.
De eso también Zulema rescata relatos, como el increíble caso de un bebé que se salvó del aluvión al quedar sobre una altura, donde fue encontrado. Distinto destino tuvo la abuela de ese bebé.
“Hay como una leyenda de una guagüita que quedó en un morrito, como un milagro. Era una niñita. A la abuelita se la llevó la corrida y la pillaron muerta en el lago. Yo pienso que esa guagüita estaba a cargo de su abuelita”, reflexiona.
Zulema recuerda que la abuela de la bebé era de apellido Torres y cree que integrantes de esa familia actualmente residen en Lican Ray.
Así también trae al presente otro relato de la época, otro “milagro” en medio de toneladas de material que se precipitó por el cauce del río Challupén hasta llegar al Calafquén, arrasando con todo a su paso.
“Yo escuché que un caballero se montó a caballo en un coihue que iba por el río, y no se soltó. Llegó al lago y por eso se salvó, ahí lo pudieron rescatar, no sé si lo rescataron o salió solo”, explica.
Cuando todo se calmó, el saldo de la destrucción era evidente. La casa de la familia de Zulema se salvó, junto a varias casas del sector, pero otras no tuvieron la misma suerte, ya que más hacia el lago el alud “se llevó todas las casas”.
Recuerda también que el lecho del río demoró alrededor de cuatro años en enfriarse. "Como cabros chicos íbamos al río a tocar las piedras y estaban tibias, humeaba”, dice.
Los habitantes de la zona, temerosos, estuvieron varios días durmiendo a la intemperie, con la ventaja de que ya era verano. “Me acuerdo que llegaban militares en helicóptero a sacar a la gente y a repartir ayuda a la gente damnificada”, cuenta.
Zulema hace una importante observación. Dice que lo bueno fue que esa erupción ocurrió en verano, época en que las faldas del volcán tienen menos nieve acumulada y por ello los aludes fueron menos destructivos.
“El volcán no tenía tanta nieve, porque si hiciera erupción en invierno, ahí no queda nada”, explica.
Pero no fue la única experiencia que Zulema tuvo con el volcán Villarrica, porque también presenció la erupción de 1984.
En ese momento ya estaba casada y con su primer hijo, viviendo en el sector de Pino Huacho, más arriba de Challupén.
“Ahí me tocó arrancar. Mi marido no quería salir de donde vivíamos. Agarré mis cosas y nos fuimos a casa de un vecino. Sólo volvimos cuando ya todo se había calmado".
“Fue terrible también, porque tronaba mucho. En la noche el cielo rojo de nuevo”, indica a la vez que recuerda que en esa oportunidad el mayor peligro se vivió hacia la zona de Pucón.
Medio en broma, medio en serio, Zulema Colicoy dice que está acostumbrada a esta relación tensa con el volcán Villarrica. Ya no vive tan cerca de la temida montaña y asume que la actividad del macizo es algo que será constante.
“Ahora al volcán ni siquiera lo he mirado, pero por las noticias veo que ha ardido harto”, señala.
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