Cuando llegué a vivir por acá (Valdivia), hace casi 40 años, estaba muy vigente en toda la zona el tema de la construcción de la llamada Variante Rucaco-Los Lagos. Los que veníamos de otra región no entendíamos mucho, pero se trataba del desvío de la Ruta 5, la Panamericana, como era conocida en aquel entonces, que dejaría a la bella Valdivia convertida en un ramal de la principal carretera del país. Hasta ese instante, todo el tráfico vehicular entre el centro del país y la zona austral pasaba por medio de la ciudad.
Mejor, decían algunos. Ya no tendremos que soportar el paso de camiones enormes, que solo sirven para destruir Pedro Aguirre Cerda y Picarte, además de dejarnos el puente tiritón como canasto de guatitas.
Horrible, replicaban otros.
Primero nos quitaron la capitalidad regional y ahora nos aíslan físicamente. Van a llegar menos turistas y, por ende, menos plata. Todos van a pasar directo a Puerto Montt o a Chiloé.
Mientras tanto, las autoridades de turno se hacían las querendonas y, como siempre, prometían algo que ni remotamente pensaban cumplir. No os preocupéis, gentes de esta encantadora comarca, porque seréis debidamente compensados, con una ruta tan noble y tan leal, que estará a la altura de los más dignos senderos reales y que será la envidia de los de por allá y de los de por acullá.
Al parecer, querían decir que pronto habría doble vía para unir a la entonces capital provincial con la flamante autopista en ciernes, tanto por el norte como por el sur.
Ya les dije que aquel era el panorama hace cuatro décadas. La promesa -naturalmente- se quedó en eso, a pesar de los sucesivos cambios en el color del cristal por el que han mirado los distintos gobernantes.
La postergación, que, como sabemos, no es la única que nos toca padecer a las gentes de esta encantadora comarca, ha tomado un tinte muy dramático en los últimos años.
Ya cuesta hacer un recuento con la cantidad de accidentes vehiculares ocurridos en las rutas en cuestión y, lo más grave, la cantidad de personas que han fallecido en ellos. ¿Se habrían salvado de haber contado la hoy región de Los Ríos con una carretera al nivel de la Ruta 5 en los accesos norte y sur a Valdivia, es decir, entre Mariquina y Paillaco?.
Me resulta imposible decir que sí, que nadie hubiese muerto en esas vías, pero tajantemente afirmo que la cantidad de víctimas habría bajado sustancialmente. Es lo que ha ocurrido en la mayoría de autopistas de doble vía, aunque el error humano o la negligencia han seguido dejando una dolorosa huella.
Pues bien, cosa de un mes, el seremi de Obras Públicas de Los Ríos anunció que el próximo año comenzaría el proyecto de doble vía para el eje Mariquina-Valdivia-Paillaco, luego de que en el presente año se debe finiquitar la primera etapa con la propuesta del trazado. También 2022 la iniciativa debería ir a parar a Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental. Fechas, datos, buenas intenciones, anuncios. Que así sea.
Hace cierto tiempo se armó una discusión relacionada con la forma de financiar el uso de las futuras carreteras. Ahí se produjo el pequeño milagro de aunar criterios, algo cada vez más difícil de conseguir en un país como el nuestro, ligeramente propenso a las polémicas. Moros y cristianos, albos y azules, zurdos y fachos, carnívoros y veganos se unieron por única vez para clamar al cielo que el asunto debía ser carente de pago. Claro, resultaba muy popular y conquistador de votos oponerse a los peajes, pero resulta que alguien tiene que ponerse con las lucas, porque construir y mantener camino de alto estándar es cualquier cosa menos barato. El Estado no lo podía hacer y las concesionarias no lo querían hacer.
Finalmente, se encontró una salida intermedia, cargar el pago a los troncales que operan en la Ruta 5 en lo correspondiente a la región. Ojalá que no le pongan mucho entusiasmo con el recargo.
Y que, por fin, dentro de un plazo razonablemente corto, tengamos esas rutas nobles y leales que merecen las gentes de esta encantadora comarca.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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