Don Otto es un personaje que, aunque ya pasado de moda hasta el punto de que muchos jóvenes no tienen ni idea de su existencia, ha logrado permanecer en el imaginario popular.
Se trata de un supuesto inmigrante alemán, que interactuaba con su partner, don Federico, Fritz, y, según algunos estudiosos del tema, se trataría de personas de carne y hueso que llegaron a Puerto Montt y que habrían sido hermanos. De todo esto, hace mucho tiempo.
Don Otto y don Fritz han servido para todo tipo de bromas y chistes, todas parodias de la lógica germana, bajo el malicioso y exagerado prisma criollo.
Por ejemplo, un artista se inspiró en el par de teutones y les creó una canción que decía que don Otto y don Federico se fueron a remar, pero el bote tenía un hoyito y comenzó a inundarse. De inmediato, don Otto agarró un taladro y le hizo otro hueco al fondo del bote para que saliera el agua.
Sin embargo, el más conocido de los chistes dedicados al amigo alemán se inicia el día que sorprendió a su esposa poniéndole los cuernos nada menos que en el sofá del living de su propia casa. Don Otto no se enojó, no pataleó y optó por vengarse de la peor manera de la infiel y su amante: los dejó sin el sofá, porque lo vendió.
Y hasta aquí llegan las desventuras de este personaje, pero sigue vigente, porque a pesar de lo ridiculizado que ha sido, tiene seguidores, en nuestros tecnológicos y virtuales tiempos.
Lo digo porque me ha llamado mucho la atención que en Santiago han demolido un par de casas de propiedad de reconocidos narcotraficantes. La idea, al parecer, no es solamente despojarlos de algunos bienes, que seguramente han sido mal habidos, sino también dejarlos sin lugares para continuar materializando sus fechorías.
Está bien que les requisen, aunque sea algo de las millonarias ganancias que esta gente obtiene del criminal negocio de ganar clientela mediante la venta de drogas de los más diferentes tipos y que terminan con los clientes convertidos en estropajos dependientes de su vicio, pero demoler algunas de las casas que utilizan como centros de acopio o distribución de sus mercaderías ilegales me suena igual que la venta del sofá de don Otto.
Que yo sepa, solo en Chile las autoridades han llevado adelante una medida de este tipo. Por ejemplo, la legendaria Hacienda Nápoles, principal guarida del más poderoso y mediático narcotraficante de la historia, Pablo Escobar Gaviria, no solo no fue demolida tras la caída y muerte del capo del cartel de Medellín, sino que el Estado colombiano la tiene convertida en un parque temático dedicado a la protección y conservación de animales en riesgo o amenazados.
No es que pretenda comparar esa fantástica propiedad con las sencillas casas hechas puré en Santiago, porque obviamente son muy diferentes. A lo que voy es a lo cuestionable que me parece la solución propuesta y puesta en marcha en nuestra capital. Creo que esas casas podrían haber tenido un destino mejor una vez requisadas a los delincuentes. Los mismos vecinos, los que no tienen que ver con el negocio, pidieron dejarlas en pie para destinarlas a sedes vecinales o algo así, pero no los escucharon.
El asunto de fondo es que a los narcos no les debe ni dar picazón que les destruyan esas casas. Manejan tanta plata que una mudanza no pasa de ser una anécdota más en sus vidas, y a esta altura ya deben tener resuelto el problema, tal como la señora de don Otto y su amigo buscaron otras acomodaciones para desatar su pasión.
Eso por un lado. Ahora volvemos a nuestras regiones para recordar que se nos va el verano y vuelven las clases.
Definitivamente, no fue una temporada que las personas dedicadas al rubro turístico vayan a recordar con mucho cariño, salvo algunas excepciones. ¿La razón? Llegaron menos visitantes que el año pasado. Las causas coinciden con lo que podía esperarse, porque hay muchas familias chilenas que han optado por veranear en casa o muy cerca de ella, salir por el día y cuidar los piticlines a la espera de que exista mayor claridad acerca de cómo va a estar el resto del año en la economía universal y doméstica.
Igual fue notoria la ausencia de visitantes argentinos. Está claro que ellos están aún más necesitados de mantener una actitud austera y se notó. En la comparación de precios que siempre es muy importante para cruzar la frontera, para allá o para acá, en esta oportunidad los vecinos se entusiasmaron especialmente con las gomas, como llaman por allá a los neumáticos.
Entre los nuestros, las últimas semanas fue evidente que, aparte del festival de Viña, con su gala cutre y el mórbido interés por observar qué sigue con la teleserie de doña Tonka y su singular pareja o ex pareja, la pelota la llevaron los atribulados papás que con horror comprobaron que el uniforme del año pasado le quedó chico al niño o a la niña y que los útiles escolares igualmente se fueron a las nubes, así que debieron recurrir al ingenio para reciclar los que los regalones hubiesen preferido dejar en el pasado o el tacho de la basura.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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